sábado, 24 de marzo de 2007

El espejismo de la evolución consciente.

Actualmente hay casi 200 estados soberanos en el mundo. Pero no es el número lo que hace la tecnología ingobernable sino la propia tecnología. Las nuevas tecnologías de destrucción masiva son baratas y de fácil disponibilidad. Las tecnologías del siglo XXI -la genética, las nanotecnologías y la robótica- son tan peligrosas que pueden engendrar toda clase de abusos y accidentes, en parte dada la extraordinaria difusión o globalización del conocimiento, y en parte los gobiernos son culpables de esta situación al ceder tanto control de la tecnología al mercado. Aunque se prohibiese la modificación genética de cultivos, animales o seres humanos en determinados países, seguiría adelante en otros. Las potencias mundiales pueden comprometerse a que la ingeniería genética tenga únicamente usos benignos, pero sólo es cuestión de tiempo que acabe usada con fines bélicos o para cometer crímenes atroces contra la humanidad. Hay un motivo más profundo por el que "la humanidad" nunca controlará la tecnología: la tecnología no es algo que el hombre pueda controlar, es un factor ya dado con el que se ha encontrado en el mundo. De nada sirve lamentarse de que el progreso moral no ha sabido mantenerse al nivel del conocimiento científico, la culpa no la tienen las herramientas, sino nosotros mismos. La debilidad de la naturaleza humana, por desgracia, es un problema sin solución.
La tecnología no es un invento humano, se encuentra también en el reino de los insectos. La industria a la que se dedican algunas hormigas cortadoras de hojas está próxima a la agricultura. Las ciudades no son más artificiales que las colmenas de abejas. Internet es tan natural como lo es una tela de araña. Nosotros mismos somos artilugios tecnológicos inventados por antiguas comunidades de bacterias como modo de supervivencia genética, según afirman Margulis y Sagan. Si las máquinas nos acaban sustituyendo, supondrá un cambio evolutivo en nada diferente del que se produjo cuando las bacterias se combinaron para crear nuestros primeros antecesores.
El grueso de la especie humana se rige por las necesidades del momento. Parece condenada a arruinar el equilibrio de la vida sobre la Tierra, a ser el agente de su propia destrucción. Los amantes de la Tierra no sueñan con convertirse en los administradores del planeta sino con el día en que los seres humanos hayan dejado de importar más que los de cualquier otra especie.

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